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EL CABALLERO DICE SU MUERTE

Descansaba entre encinas, recostado
sobre las hierbas de la primavera,
un día azul, de paz, con la armadura
puesta sobre la carne, y una espada
que iba del talle al río.
En la palma desnuda de la mano
caía mi cabeza, y en los ojos
iba un libro copiándose, vertiendo
limpia meditación. Lo sostenía
la mano del sosiego y de la danza.
Era el lugar de unos velludos robles,
y agrestes peonías que a la tierra
cubrían de color, de luz, de gloria.

Lejos, los muertos se quedaron solos,
en un llano nocturno, fríos. Pude
sobrevivir, y encomendar sus almas
a Dios en una ermita,
junto a un campo de aulagas y pobreza.
Hice un voto a Santiago, no cubrirme
sino con prendas de guerrero, ruda
malla y espuelas. Las lecturas calman
los días, la tristeza de  saber
que ya no hay esperanza de encontrarles
vivos: airados o indulgentes. ¡Cuánto
puede sufrir un pecho si la ausencia
es ese apagamiento de la muerte!

Un día azul, de paz, las limpias aguas
bajaban de la fuente con sus frondas
copiadas, con sus pájaros, conmigo...
Encontraba en el fondo mi figura
bajo la bóveda de Dios, tendida,
ensimismada.
                    El ardor del cielo
bajó, se fue extendiendo por la tarde,
puso a las aves locas. En la orilla
deslumbraban los oros de las peñas.
Un viento me arrasó, sentí calor,
el hueso de la frente me dolía,
me hundí, luché, se humedeció mi cuerpo,
y alguien me separó del fuego. Altas
ramas de invierno, me rasgaron verdes
matorrales espinos, cumbres duras,
el hielo solitario de los aires
al pasar sus fronteras.
Como una luz la carne se apagaba,
ceniza sin calor, y el corazón
era una piedra incandescente. Cubre
la  lluvia las distancias, y una niebla
fue cegando mis ojos. La memoria
se oculta como un sol desordenado,
y hacia el olvido van todas las fuentes
de la vida. Un llanto, fue un vagido
de soledad, y en mi impotencia quise
quedar sobre la tierra.
¿Dónde mis fuerzas? Se tornaron falsas
como en la alcoba del amor. Vibran
las manos, y frenéticos los ojos
miran la indiferencia de los astros.
Es un ensayo de puesta en ejercicio de la libertad,
y una vuelta al desfallecimiento y a la decepción.

autógrafo

Francisco Brines


«Palabras a la oscuridad» (1966) III

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