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A LA MUERTE DE DON JUAN MELÉNDEZ VALDÉS

Et dulces moriens reminiscitur Argos

VIRG

No muere el genio, no. Pudo la tumba
encerrar las cenizas
del inmortal Batilo; mas el fuego,
que su divino espíritu animaba,
sobre los siglos vuela,
y a la sublime eternidad anhela.

Y vivirá, mientras al mar de ocaso
los españoles ríos
vuelquen las ondas, que halagó su acento,
y a la beldad y a su cantor enlacen
refulgente corona
las soberanas ninfas de Helicona.

Del amor en el seno y en los brazos
de la amistad llorosa,
¡ay! exhalaste el último suspiro:
la dulce imagen de la patria amada,
que ennobleció tu lira,
ante tus ojos moribundos gira.

Los cierras a la luz. Con tardas ondas
breve raudal mezquino,
del sacro Tajo y Betis envidiado,
ignora, cuando riega de tu tumba
las marchitadas flores,
que allí yacen de Iberia los amores.

En tanto más perene monumento,
que los de Roma y Caria,
un rey piadoso a tu memoria eleva.
El bronce muere y se deshace el mármol;
mas el canto divino
no se rinde al imperio del destino.

Tu sombra agradecida se conmueve,
y en el sepulcro helado
circula un rayo de tu hermoso genio;
que por cantar al bienhechor augusto,
hoy de la Parca fiera
la inexorable ley romper quisiera.

Descansa, sombra ilustre: cuantos vates
son hijos de tu aliento
desde el Ebro a la playa gaditana,
cumplirán tu deber; y el sacro nombre
del Pindo en los vergeles
coronarán las Musas de laureles.

Y tú, tierra hospital, que sus cenizas
benigna ocultas, salve;
eterno y dulce abril de flores ciña
y embalsame con aura deliciosa
la humilde tumba, donde
al Tibulo español la Parca esconde.

En ella yace a un lado el plectro de oro
que en ternura sublime
las sonorosas cuerdas encendía
y el pámpano y el mirto citereo,
que su lira adornaba,
y del vendado dios rota la aljaba.

Salve, bella Occitania; oh tú, querida
mansión de las Pierias:
su primer llama a trovadores tiernos
tú viste difundir, cuando sañuda
en fieros torreones
la barbarie arbolaba sus pendones.

Desde el Alpe al selvoso Pirineo
no hay monte, valle o río,
que no acuerde la gloria de las Musas;
a Florián el dulce y virtuoso
el Gard arrebatado
oyó, de madreselva coronado.

Mas allá la Nereida enternecida
aún hoy llora la muerte
del malogrado Garcilaso; el Sorga,
resbalando entre límpidas guijuelas,
cuando halaga las flores,
susurra de Petrarca los amores.

Aquí el margen del rápido Garona
oye los dulces cantos,
que a la sensible Isaura se consagran;
allí la ninfa del Adur vencido
quiere aplacar con ruegos
la inexorable sombra de Cienfuegos.

¡Oh tierra sacra a Febo! Ya el destino
a tanto nombre ilustre
unió el del padre del Parnaso ibero.
Salve mil veces; y en tu gremio gocen
amado y quieto asilo
los manes del dulcísimo Batilo.

autógrafo

Alberto Lista


«Poesías» (1822)

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