ANNY BOULD
Un día imaginé que yo era Anny Bould
(una poeta que se ahogó en un lago de Suiza).
Pensé que yo era ella y que me levantaba
antes de que saliera el enfermo sol de noviembre,
tomaba un té con tostadas y me despedía
en silencio de mi pequeño perro.
Después pensé que bajaba unas escaleras de madera,
tomaba un camino angosto, recogía algunas piedras
del suelo y silbaba una canción de Morbid Tales
cuando iba en dirección al lago asesino.
Cuando llegué a la orilla del lago,
me acosté boca arriba sobre la hierba,
y hablé un rato con el cielo que a esa hora lanzaba
sus primeras luces sobre la ciudad de Lucerna.
“Qué bello eres”, le dije al cielo, y el viento
helado, que en ese instante previo a mi suicidio
sopló como unos belfos de caballo salvaje
alzó, como una tela de oro, mi pelo amarillo.
También pensé en el misterio de la muerte,
en las teorías sobre la metempsicosis de Pitágoras,
y en los primeros filósofos y poetas de la antigüedad.
Pensé en estos tiempos de clones y ciencias vanas
y medité en la maldad del hombre sobre el mundo,
“¿por qué tienen que pasar estas cosas?”
—le pregunté al viento helado que ahora se escondía,
como una rata invisible, entre los árboles.
Pero nadie respondió a mi pregunta aquel día,
y esto que ahora les cuento, esto que imaginé una vez,
sucedió también por noviembre, pero hace ya mucho tiempo.
Ese día que imaginé que yo era la poeta Anny Bould,
y que lloraba boca arriba sobre la hierba, acostada
a la orilla de un lago que apenas reflejaba
en su lomo la cronología y los misterios del universo.
Lloraba sin consuelo, y pensaba, como ahora,
en mi pequeño perro, antes de meterme para siempre en el agua.
Dolan Mor