ACERINA Y TANAUSÚ
Se escuchó su voz,
dicen algunos.
—¡Vacaguaré!—, grito el mencey,
prefiriendo morir a ser cautivo.
Y se negó a comer
para llegar más pronto
a su destino.
Sería el último rey
de aquella isla, de Aceró,
en La Palma canaria sacudida
por la fuerza imperial
de aquellas huestes
de la Castilla dominante
y expansiva.
Y la mujer cuyo amor
le había ganado
a un pedazo de cielo, Mayantigo,
con el mismo grito,
desafiando suerte,
eligió también la muerte
por camino.
Y echose a la tumba
estando viva,
arropada con pieles, Acerina,
la de los ojos negros,
la de palmera sangre,
que encuevada hacia la muerte
honró la vida.
Y murió Tanausú,
murió Acerina
feneció la libertad en esos días
pero aquel “vacaguaré”
—¡quiero morir!—, la muerte digna,
impregnó el alma toda
de la isla…
El murió de honor,
maldiciendo a la traición
por su ignominia.
Ella ofrendó al amor
el tributo pleno de la vida;
y trocaron en leyenda del dolor,
la virtud y la injusticia.
Jorge Eduardo Padula Perkins