LA NIÑA DE LA PINTURA EN EL HOGAR
( Para todas las limpiadoras del mundo. Para mi madre )
Ya nadie quiso dibujarla en muchos años,
y esta pintura quedó olvidada por el tiempo.
Es una niña que va recogiendo las rosas del
mañana frío, bajo la sombra firme de la vida.
Tiene los ojos de sirena enlutada. Es hermosa,
pero nunca ríe. Suspira en sus manos, casi
escondido amante, ajado y sucio, el trapo
de los muebles. Rosada inspiración de madurez
sin gloria, perdida por la miseria y el llanto
de las madres.
¡Mirad su vestimenta! No lleva pañuelos
bordados, ni toquillas de seda, ni blusones con
finos encajes. Magnífica inocencia la de su
cuerpo áspero y sin gracia. La niña de la pintura
no sabe jugar al escondite, ni espera los domingos
de piñata y fiesta.
Solo sabe de cuentas y estrellas en verano, metódica
agonía que abarca su silencio.
Ella no vio jamás teñirse el arco iris,
ni deslizó una queja conforme a la ventana.
Ella no tuvo infancia ni tuvo pensamientos,
ni fue más niña que vieja, ni mujer, ni dama.
Ella no vio crecer los árboles frutales,
ni en la tarde vio morir, errante, la azucena.
Ella no vio, como lo vieron todas,
ni abuelos que la mimen, ni padres que la quieran,
y esperando en la sala del cuadro, se vio sola.
Ya nadie quiso dibujarla en muchos años,
y esta pintura quedó olvidada para siempre.
Juan Miguel Melgar Becerra