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          EL ALMA PRIMITIVA

Soy el alma primitiva,
soy el alma primitiva de los Andes y las selvas.

Soy el ruido de las hojas en la noche,
que parece que en mis versos ensayaran una orquesta;
soy el canto de turpiales y sinsontes, cuando el alba
ruboriza la blancura de la nieve de las crestas;
soy el himno de las aguas y los vientos,
el chasquido de las piedras,
el crujido de los troncos
y el aullido de las fieras...
Soy el alma primitiva,
soy el alma primitiva de los Andes y las selvas.

Mis maestros son los árboles vibrantes
en que el fleco de los ábregos se enreda,
y las fuentes bullidoras que se encajan
en el verde terciopelo de las cuencas,
y los rasgos de la brisa
que retozan en las fauces de las ávidas cavernas,
y los antros que sollozan,
y las cúspides que sueñan,
y los troncos que dan ramas y las ramas que dan flores
y las flores que son bocas que se callan pero besan...

Mis maestros me enseñaron
unas cosas siempre nuevas
para el hombre: los secretos armoniosos
de la gran Naturaleza;
y pusieron en el arco de mi lira,
que es de piedra,
una cuerda más: la cuerda de las músicas salvajes.
Y es así como yo canto con mi lira de odio cuerdas.
Soy el alma primitiva,
soy el alma primiliva de los Andes y las selvas.

He sentido muchas veces
que, en el fondo de mi idea,
yo era un árbol, era un árbol corpulento
de raíces gigantescas...
Y he crecido... Y he crecido... Y el abrazo de diez hombres
no ceñía mi corteza.
Y los ojos padecían un vahído
al mirarme resaltando por encima de la selva.
Y en los huecos de mi tronco se hospedaban,
como en una madriguera,
los jaguares que en mis costras afilaban sus colmillos
y rascaban enarcados las heridas de su lepra...
Yo era un árbol, era un árbol corpulento,
y mis ramas florecían en vibrante primavera,
y mis flores se empinaban como copas en un brindis,
y yo todo me empinaba como espíritu que anhela;
porque, bajo de mis frondas
y tendidos en el musgo, los caciques de la tierra
celebraban una ¡unta y en la junta aparecía
el abuelo de las tribus con sus barbas retorcidas cual manojo de culebras.

Otras veces he soñado
que era un pico de los Andes, el orgullo de una piedra;
y que, encima
de mi trágica insolencia,
una nieve de diez siglos
congelaba sus rigores en las puntas de mis crestas.
Desde lo alto de los Andes,
he mirado muchas millas, he mirado muchas leguas;
y las nieves de mi cumbre
deshacíanse en madejas
de agua fina... y los arroyos
se enredaban en las grietas
cual si fuesen gargantillas
de diamantes o de perlas.
Y yo, en tanto, contemplaba... contemplaba... contemplaba
el acopio de las selvas,
y el bostezo dilatado de las pampas en el fondo,
y el dibujo de los ríos que bajaban por mis cuestas,
y el anchísimo horizonte de nublados, y la faja
de los mares, y la línea de las garzas en hilera...
Yo era un pico de los Andes,
era un pico de los Andes, el orgullo de una piedra;
y, de pronto,
sobre todos los rigores de mis nieves sempiternas,
sentí el vuelo de un gran pájaro,
sentí el vuelvo de un gran pájaro en las nieblas,
que, clavando sus diez garras
en mis crestas,
dio a los aires su estridente
voz de cóndor como el grito sofocado de un alerta...
Y esa voz sonó en los siglos...
Es la voz que por en medio de mis cánticos resuena;
y que dice todavía, sobre todas las edades,
recorriendo ocho sonidos en mi lira de ocho cuerdas:
¡Soy el alma primitiva,
soy el alma primitiva de los Andes y las selvas!

autógrafo

José Santos Chocano


Alma América (1906)  

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