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        EL POEMA DE LAS CALLES

«A Max Jara, poeta, en testimonio de mi admiración.»

        MI CALLE

Estas calles amables tienen un gesto amigo.
Mi calle me conoce. Cuando vuelvo a su abrigo,
los árboles se mueven con largos movimientos
pausados, y las hojas, donde suspira el viento
su oración musical, dormidas bajo el rayo
del sol, me dan sus sombras en un lento desmayo.

Sus casas blancas tienen un aire de pureza,
un aire humilde y bueno, que reconforta y pesa
tan blandamente... Calles con aire provinciano,
tranquilas, silenciosas...
                                    Como de un mar lejano,
la voz atormentada de la ciudad. — La vida
fluye, corre y se pierde, sin rumor; recogida
como en meditación.
                                Aquí se aquieta el ansia,
y una mano de seda, bañada de fragancia,
resbala adormeciendo los nervios, largamente...

¡Estas calles amables!... Bajo su sombra, siente
mi espíritu una inmensa quietud. En sus ventanas,
la luz tiembla con algo de una mirada humana;
y sus puertas humildes se abren tan cariñosas,
como si se animaran, y hasta se tornan rosas
las espinas que hieren,
                                    y en estas calles buenas,
maternalmente buenas, ni recuerdo que hay penas:
y cuando en las entrañas traigo el horror del Centro,
¡parece que estas calles me salen al encuentro!...

En su iglesia más pobre que una ermita aldeana,
he vuelto a ver el rostro de la Fe, tan lejana,
y en la voz temblorosa de la vieja campana,
la mística plegaria de mi edad más temprana.

Aletea un instante la oración de la esquila,
y cae en el silencio de la tarde tranquila.

Se oyen voces de niños, la tristeza de un piano,
el temblor de las hojas y un rumor muy lejano.

Ha venido la noche y ha encendido la gracia
de sus ojos de estrellas.
                                      Tremulan las acacias
sus incensarios blancos.— Todo el aire está lleno
de perfume y de paz.
                                En el fondo sereno
de los muros, anuncian, las ventanas, la santa
comunión del hogar.
                              Y la calle me encanta
con sus tímidas luces, con sus sombras amables,
sus árboles fragantes y su amor inefable...

autógrafo

Carlos R. Mondaca


Por los caminos (1910)  

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