CANTO
AL GLORIOSO PROTOMÁRTIR SAN FELIPE DE JESÚS (1)
OCTAVAS
Canten de los valientes generales
las hazañas, las proezas, las conquistas,
las batallas terrestres y navales,
las heroicas acciones nunca vistas;
llenen en hora buena los anales
de sus encomios los panegiristas,
mientras las glorias canta el labio ufano
del ínclito Campeón Americano.
Dio México, a pesar de emulaciones, (a)
a este joven insigne ilustre cuna,
o para ennoblecer estas regiones,
o para engrandecer nuestra fortuna.
Aquí holló del demonio los pendones;
antes de aquí, no vido luz ninguna;
el primer beso díole aquí su padre
y el dulce néctar su dichosa madre.
De padres nobles, ricos y virtuosos
nació este mexicano, este prodigio.
La calle de Tiburcio, (2) ¡oh, días dichosos!
y las casas que diz, de San Eligio, (b)
nacer lo vieron, ¡tiempos venturosos!
sin que haya en esto duda ni litigio.
¿Y es templo, acaso, cosa tan felice?
Soy criollo..., me avergüenzo..., ella lo dice.
Su niñez yo no dudo que sería
empleada en las pueriles diversiones.
Los sabios padres de la Compañía
le dieron de gramática lecciones;
como su tierna edad no permitía
discernir las seguras vocaciones,
tomó el hábito en Puebla, franciscano;
dejólo a poco, y helo aquí paisano.
Su padre, desde luego avergonzado
con Felipe, ex-novicio e inconstante,
destinarlo resuelve, y no a su lado,
en el lucroso afán de comerciante;
hay opinión que se listó soldado;
ello es que con caudal tan abundante
dejó su patrio suelo; fue a Manila:
libróse de Caribdis y dio en Scyla.
No le agradó tampoco el ejercicio
del comercio, sin duda peligroso;
tócale Dios, escúchalo con juicio;
corresponde al auxilio fervoroso
y vuelve a ser segunda vez novicio;
profesa, es un perfecto religioso;
ejemplariza (3) a todos; sólo trata
de que al cargo de Dios sea igual su data.
Sabe esto alegre Alonso, y persuadido
que entonces no hay obispo en Filipinas,
se empeña, escribe, y logra conseguido
vuelva su hijo a sus brazos, do las finas
caricias de su padre enternecido
olvidar hagan las pasadas mohínas.
Del prelado recibe la patente
Felipe, y toma el barco prontamente.
Ya levantan las anclas; cortan los cables;
del buen viaje se escucha el fino acento;
rompe el timón las aguas deleznables;
hincha las lonas el ligero viento;
anuncia todo fines favorables.
¿Adónde vas, Felipe, tan contento?
A Acapulco, dirás; ¡oh, qué consuelo!
que no vas a Acapulco, sino al cielo.
En medio de esta calma se levanta
en tempestad deshecha un fuerte noto,
con tanta furia, con violencia tanta,
que sucedió a la paz el alboroto.
A la tímida gente más espanta
un terrible cometa; el timón roto
aumenta más las ansias que padece;
hace agua el barco y la borrasca crece.
Hacia el Japón, en claros resplandores,
ven una blanca cruz que, ensangrentada,
aumenta luego sustos y temores.
La nave alijan, que se ve rodeada
de ballenas y monstruos superiores,
cuya fiera hambre, acaso encarnizada,
ansiaba por hincar el voraz diente
en la del buque miserable gente.
El galeón San Felipe (c) a Hurango (4) llega,
aunque a remolque, al fin de tanto embate;
el general, a quien salir se niega
por que su ruta más no se dilate,
a Macao (d) envía a Felipe, a quien le ruega
para que el comisario (e) el viaje trate (f)
con el emperador; parte al momento
con el niño Tomás, (g) solo y contento.
Sin equipaje, alforja ni dinero,
va el apóstol Felipe; en el camino
alimento le ofrece un mesonero;
acepta, dale gracias, y en Dios trino
libra al Japón el premio verdadero.
No entiende de eso el insolente chino; (5)
ase a Felipe, y con crueldad impía
la túnica le quita que tenía.
Casi desnudo parte hacia el convento
de Macao a ver al comisario santo.
Llega; recíbelo éste con contento;
se impone en el empeño, y entre tanto
se logra de él pretendido intento;
quiere a Uzaca ir Felipe; mas ¡qué espanto
causa a los padres verse derrepente
presos por la japona indigna gente!
Atados con cordeles inclementes,
entre injurias, salivas y baldones,
aquellas ciegas inhumanas gentes
a la pública cárcel a empellones
conducen a estos santos inocentes;
ellos a Dios entonan mil canciones;
entran a Uzaca a la prisión impía
y en gloria la convierte su alegría. (h)
Como de embajador había mandado
el general y jefe de navío
a Felipe, al mirarlo sentenciado,
con tierno amor y con cariño pío,
por si se logra así verlo indultado,
que alegue esto le ruega, y él, con brío:
¡Yo libre, dice, y presos mis hermanos!
No quiera Dios. ¡Qué alientos tan cristianos!
Sin prorrumpir su labio en una queja,
a ejemplo de Jesús crucificado,
parte al suplicio, donde ver se deja
el infame verdugo; hubo llegado
Felipe, a quien mutilan una oreja;
él dice alegre, al verse ensangrentado:
Si libertad me diera el cruel tirano,
no la admitiera. ¡Heroico mexicano!
Llega al lugar del último suplicio, (i)
y así que mira la ara preparada
donde ha de consumar el sacrificio,
se arrodilla, y teniéndola abrazada,
exclama, dando de su gozo indicio:
¡Oh galeón San Felipe! ¡Oh, arribada!
Pérdida para mí la más dichosa,
pues ganancia logré tan ventajosa.
Sacrílego el verdugo, y carnicero,
interrumpe el coloquio; enfurecido,
con cinco argollas fija en el madero
a Felipe, y estando, mal medido,
bajo el palo de apoyo, (j) ¡dolor fiero!
alzan la cruz, y queda suspendido
el santo cuerpo todo dislocado
y en la argolla del cuello casi ahogado.
Entre tan cruel martirio y agonía,
sólo Jesús, Felipe pronunciaba;
¡Jesús, dulce Jesús! sólo decía.
Pide lo pongan bien, porque deseaba
poder con clara voz, ya que moría,
alabar hasta el fin al Dios que amaba;
mas los viles ministros insensibles
lo dejan padecer ansias terribles.
Poco antes de expirar, bárbaramente
le hirieron con dos lanzas los costados,
con que exhaló la vida este inocente;
tercera vez le hieren los soldados
difunto ya. ¡Qué acción tan inclemente!
Regó su sangre, montes y collados;
murió Felipe en fin, ¡oh, mexicanos!
para gloria de Dios y sus paisanos.
Callaré los terribles escarmientos
con que Dios castigó bárbaros tantos.
No diré los prodigios y portentos
con que así honró los cuerpos de sus santos.
No loaré sus virtudes: mis talentos
no son para alabar esos encantos.
Vosotros que podéis, cisnes divinos,
cantad sus glorias, en acentos dignos. (k)
José Joaquín Fernández de Lizardi
Notas del autor:
(a) La cláusula del testamento de su feliz madre no admite interpretaciones. Item declaro (dice) que fui casada... con el dicho Alonso de las Casas, y tuvimos por nuestros hijos primeramente al gloriosísimo santo mártir San Felipe de Jesús y de las Casas, criollo, de esta ciudad, etcétera. La pila en que fue bautizado es otro testigo; la tradición contante, otro. Si porque a causa de las inundaciones no se halla su fe de bautismo es lícito dudar que es mexicano, el mismo pretexto hay para dudar si fue cristiano. [Posteriormente, en defensa de la nacionalidad mexicana del mártir, Lizardi publica el Memorial de la madre de San Felipe de Jesús. Presentado en cabildo el viernes 26 de enero del año de 1629. México: 1821. Oficina de J. M. Benavente y socios].
(b) Estas casas eran propias de su padre. En ellas nació el santo. Mexicanos, es vergüenza no sea siquiera una capillita la concha que encerró tan linda perla. [Fue demolida].
(c) Así se llamaba el navío en que iba el santo.
(d) Ciudad donde estaba el emperador Taycozama [Taikosama: sobrenombre de Toyotomi Hideyoshi, shogun o jefe militar. De hecho, el shogun era el gobernante efectivo del imperio, del cual el Mikado o Tenno era sólo una figura decorativa], a quien mandó el capitán del buque un regalo con San Felipe de Jesús, aunque nada se consiguió de aquel bárbaro. [La ciudad en cuestión no es Macao, puerto de China, distante más de 750 millas marinas de Hirado. Es Meaco, donde estaban fray Pedro Bautista y fray Gonzalo García. Cf. E. E. Ríos, prólogo a Testimonios auténticos de los Protomártires del Japón, Edición Fondo Pagliai (México, 1958). La Official Guide to Japan (Tokio, 1933) no registra ese nombre; pero Meaco es seguramente el lugar ahora llamado Maiko, en la costa sur de Honshu, la mayor isla del archipiélago japonés. Maiko está a unos doce kilómetros de la ciudad y puerto de Kobe].
(e) Éralo de religión (descalza) con el título de embajador en aquellos lugares fray Pedro Bautista mártir.
(f) Esto es, consiga la licencia para que saliera el navío.
(g) Japón cristiano, de quince años, que acompañó a San Felipe desde Uzaca [Osaka] a [Macao] Meaco; tan animoso que cuando el verdugo le cortó la oreja, le dijo: Hártate bien de sangre de cristianos, y si quieres más, corta; murió con igual entereza por la fe de Jesucristo.
(h) Cuando aquí entraron, hallaron a sus compañeros presos, y entre mutuos abrazos y exhortaciones, cantando dulces himnos al Señor, hicieron cielo aquella horrorosa mansión.
(i) Fue éste en un cerro, en la ciudad de Nangazaqui. [Nagasaki].
(j) Tenían las cruces un palo en medio, en que apoyaban los ajusticiados sentados como a caballo; el de San Felipe estaba muy bajo; con esto, cuando levantaron la cruz, cayó el cuerpo hacia abajo, arrollándole las argollas de los pies todo el cutis de las piernas, quedando casi ahorcado.
(k) Murió el glorioso mártir el día 5 de febrero del año 1597 en unión de 25 compañeros; obró Dios maravillas, así en castigo de aquella tierra, como en honor de sus valientes soldados. Quien desee instruirse más, lea la vida del santo por fray Baltasar de Medina, impresa en Madrid, año de 1751.
Notas del editor UNAM-IIF:
(1) Mencionado en el informe de la Censura de febrero de 1812. Pliego suelto; 8 pp. en 8° S. 1. ni f. de i. Impreso por doña María Fernández de Jáuregui, RE, pp. 261-269. San Felipe de Jesús (1575-1597) fue beatificado por Urbano VI en 1627 y canonizado por Pío IX en 1862; su fiesta es el 5 de febrero. Seguramente el poema fue escrito para conmemorar esta fecha.
(2) la calle de Tiburcio. Hoy segundo tramo de la avenida de Uruguay, entre la calle de Bolívar y la avenida de Isabel la Católica.
(3) ejemplariza. Edifcar por medio del buen ejemplo; ejemplificar. Santamaría, Dic. mej.
(4) El galeón San Felipe a Hurango llega. El galeón llegó a la isla de Hirado, único fondeadero abierto a los buques extranjeros, a unas veinte millas marinas al noroeste de Nagasaki, puerto de la isla de Kyushu, que es la más meridional de las cuatro principales del Japón. Hurango parece corrupción de Firando, nombre dado a la isla por los navegantes portugueses. El biógrafo del santo, en el Diccionario Universal de Historia y Geografía, Escalante (México, 1853-1856), escribe Hurando
(5) el insolente chino. Para Lizardi chino y japonés venían a ser lo mismo. Cf. Periquillo, libro III, cap. IV: «Si el inglés se avergonzó con la reprensión del chino, quedó más corrido con el remache del español.; y así, convencido de su error, trató con el español de que satisfacieran al japón».