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      GUTIÉRREZ

Era un empleado
que parecía más igual al resto
que, entre sí, cada uno de los demás
y por ello era calurosamente felicitado.
Es curioso: de aquella época
sólo recuerdo un largo corredor desierto
y a él,
pero no sé si es sólo una pesadilla
ni lo sabré nunca,
pues me dicen que murió hace pocos meses
y pensándolo bien
ni siquiera esto es seguro,
ya que nadie fue al entierro
y su gabardina sigue colgando del mismo perchero,
o al menos una gabardina igual que la suya.
¿Tal vez nuestros jefes eran hipnotizadores?
Tal vez...en todo caso
la leyenda del empleado modelo
les servía admirablemente
para convertir la oficina en un hormiguero,
donde nadie se relacionaba con sus pensamientos
y menos todavía con sus semejantes.
Sólo los expedientes importaban,
mejor dicho: no los expedientes sino su número,
siempre inferior al realizado
por ese héroe llamado Gutiérrez,
del cual, ahora me doy cuenta,
ni siquiera estoy seguro de recordar las facciones
a causa de su mimetismo
con las de cualquiera que me abra una puerta
y luego desaparezca.
Sin embargo, se comentaba que le gustaban las quinielas.
Entonces ¿Quién, o qué, era Gutiérrez?
Si le gustaban las quinielas
tal vez también las mujeres,
tal vez estaba casado.
Sus hijos lo mirarían con desdén,
su mujer con disgusto por ser la suya una vida tan gris...
y él se refugiaría en la oficina
para hacer de los expedientes su familia.
Si así era, pensé, mejor que nunca se haya sabido.
Al fin y al cabo ¿quién podría haber sobrevivido
sin fusilar a Gutiérrez en su mente
cada vez que terminaba un expediente?
A pesar de ello, una turbia obsesión me dominaba
y una mañana me fui al cementerio,
pero fue inútil: en el lugar indicado
había muchas lápidas y en todas ellas
el mismo nombre: Gutiérrez.

José Elgarresta


Todos amamos la noche

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