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      VEINTISÉIS

En los remotos tiempos del Dios de las Cosechas, cuando no existía aún la especie humana, cada región deshabitada de la Tierra, aportó el grano cereal que cultivaba.
Se sumó el arroz al trigo y a la avena, el maíz y el mijo se unieron al centeno, semillas de todas procedencias, llegaron al molino más de ciento; harina tamizada en uniforme mezcla, bregada y sometida a vivo fuego, hasta tostar por completo la corteza.
Del resultante pan recién cocido, un pedazo retornó a cada comarca, del que proviene el hombre primitivo: igual composición, distinta traza.
Sea faz el hombre o sea espalda, rígido cuscurro o blanda miga, el color es lo único que cambia, la sustancia humana no varía.

Pedro Sevylla de Juana


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