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EL POEMA DIVINO

A Guillermo Andreve.

EL RUBOR DE JESÚS

La casa de Simón se mira llena
de gente, que en puntillas se levanta,
pues todos quieren escuchar la santa
palabra de la boca nazarena,

De pronto hay un murmullo de colmena;
es que con paso grave se adelanta
y de Jesús ante la humilde planta
se arrodilla la hermosa Magdalena.

Y cuentan que el castísimo rabino
al sentir en sus pies de peregrino
el suave roce de la rubia trenza,

entornó las pupilas blandamente,
y como oyera murmurar la gente
enrojeció de súbita vergüenza.


MAGDALENA

Magdalena era un lirio que entreabría
su cáliz al amor, como en la noche
abren los astros su encendido broche
sólo para cantarle a la alegría.

La rubia cabellera le caía
como un manto imperial, en un derroche
de oro y de perfume... Era un reproche
su voz llena de amor y de armonía.

Sobre la palidez de sus ojeras,
sus pupilas cargadas de quimeras
tenían yo no sé qué desconsuelo...

Y era traidora: tal una laguna
que a la luz soñadora de la luna
copia la gran serenidad del cielo.


JESUCRISTO

El más dulce de todos los rabinos
—Jesús— envuelto en misteriosa lumbre,
predicando el amor, la mansedumbre,
ajó la rosa de sus labios finos.

Su sombra fué por todos los caminos;
y él, de tanto mirar la muchedumbre,
ya tenía su obscura pesadumbre
impregnada en los ojos sibilinos.

Risueña barba, luminosa de oro,
envolvía con místico decoro
su faz entre una enredadera loca;

y ante la absorta gente que lo oía,
la enredadera de oro florecía
rosales de ternura por su boca.


EL ENCUENTRO

Como una mariposa de oro y raso,
como una gigantesca mariposa,
la tarde iba volando, presurosa,
a quemarse en las llamas del ocaso.

Suelto el cabello que con áureo lazo
cerraba su garganta primorosa,
Magdalena, la rubia licenciosa,
cruzaba el campo con sereno paso.

De pronto, con un nimbo de destellos
que la tarde ponía en sus cabellos,
Jesús apareció sobre el camino,

y trémula de amor y de ternura
se desprendió la pródiga hermosura
tras de la huella del Pastor Divino.


LA CONFESIÓN

Del brazo de Jesús va Magdalena,
y se ven sus cabezas tan unidas,
que sus sombras, absortas, distraídas,
una sola parecen en la arena.

Jesús:

—Dicen las gentes que no has sido buena,
y aunque hay bocas que cuentan tus caídas,
tus pupilas azules y dormidas
no me hablan de maldad, sino de pena.

Magdalena:

—Fui con el corazón puesto en las manos
dando mi alma y mi sangre a mis hermanos,
porque encuentro en ser buena mi alegría;

mas si amar en el prójimo es pecado,
perdóname, no tanto porque he amado,
Señor, sino porque amo todavía...


LA TENTACIÓN

Bajo la blanca luna que con vuelo
de paloma cruzaba el infinito,
era la voz de Magdalena un grito
lleno de angustia y de amoroso anhelo.

Jesucristo tembló. Quizá en el cielo
con su pluma de oro, un aerolito
dejó a sus ojos en la sombra escrito
algo que lo llenó de desconsuelo...

Y quedóse clavado en la llanura
mientras que Magdalena, con ternura
posaba en él sus dos pupilas bellas;

y el Divino Pastor, todo encendido
tembló, cual si lo hubieran sorprendido
para verlo de, cerca, dos estrellas.


LA MAÑANA SIGUIENTE

La mañana siguiente, una serena
mañana, luminosa y cristalina,
predicaba el Maestro su doctrina
de mansedumbre y de bondades llena.

No advirtió la pupila nazarena
que envuelta entre la gloria matutina
a lo lejos venía la divina
escultura triunfal de Magdalena.

Ella avanzó con planta cautelosa
y por sobre la turba religiosa
los ojos puso en la cabeza santa,

y un instante, fugaz e imprevisto,
palideció al mirarla Jesucristo
y se anudó la voz en su garganta.

autógrafo

Ricardo Miró


«Los segundos preludios» (1916)

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