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EVANGELEIDA

II

Extasiado Colón, sorpresa honda
embargaba su espíritu; y risueño,
entró en el bosque, se perdió en la fronda
y volvió a aparecer como en un sueño.
¿Qué afán era ese afán con que él quería
dar la vuelta a las Indias Orientales?
¿Qué fe la fe con que, en egregio día,
vio, al través de su propia fantasía,
arduas cumbres y selvas tropicales?
Golpeó la tierra firme que en su anhelo
buscó inspirado; se postró de hinojos;
hizo una cruz y la besó, en el suelo;
y, mudamente, levantó los ojos...

Y en el rústico altar, bajo la sombra,
ante los agrupados marineros
que se postraron en la verde alfombra,
mientras que relumbraban los aceros,
el sacerdote, en actitud de altivo
conquistador de paz envuelto en guerra,
por la primera vez el cuerpo vivo
tuvo de Dios sobre la virgen tierra;
y cuando, así, la hostia consagrada
arrastró con espíritu cristiano,
de los sorpresos indios la mirada,
por detrás de esa bíblica rapsodia
fue elevándose el Sol, cual si una mano
pusiese en el altar una custodia.

El sacerdote ante Colón —que al suelo
clavó los ojos— levantó la frente,
para bañar con el fulgor del cielo
el marfil de su calva reluciente,
¡Nunca más bello fue que en aquel dia!

Como trenzado grupo de culebras,
su apostólica barba parecía
nieve, que, en chorros de plateadas hebras,
bajo el oro del Sol se derretía.

Y cuando el genovés volvió en sí mismo,
postrado siempre, los abiertos ojos
hundió en aquellos resplandores rojos,
como si se escapase de un abismo;
y del mar en los límpidos espejos
vió destacarse, entre las vivas luces,
mástiles de tres barcas, que a lo lejos
fingían el perfil de las tres cruces...

¡Redención! ¡Redención!

                                              En ese instante,
desde Tenoctitlán hasta las sierras
del indomable Arauco, fue uno mismo
el miedo que corrió...

                                      Ya no el vibrante
Tezcatlipoca inspirará las guerras,
ni Tahuil  triunfará sobre el abismo;
ya no la del quiche «sierpe de plumas»
adorada será; ya no en lo alto,
Bochica, entre el vellón de las espumas,
endiosará del Tequendama el Salto;
ya no en Choiula irradiarán los cultos
de víctimas sangrientas, ni el salvaje
adorará en las noches del boscaje
las sombras de sus muertos insepultos;
ya no del Inca el Sol regirá el coro
de vírgenes, envueltas entre encaje
y encarceladas en Prisión de Oro:
dioses vencidos son, dioses truncados,
bajo el Único Dios de los Tres Nombres,
que hace la redención de los pecados
y predica el amor entre los hombres...

autógrafo

José Santos Chocano


«Alma América» (1906)

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